Verano. El calor dilataba las venas por la que corre la sangre que nace desde mis entrañas, mi piel afloraba a cada brisa que Eolo me regalaba; mi paladar ha degustado los manjares más jugosos que jamás podría imaginar; mis pupilas se han deleitado con cada uno de los vaivenes de caderas que mostraban su valía y poder de seducción; mis oidos han temblado con los susurros más cálidos y el más bello verbo que acompañados de la dulce melodía de una lira sumergería a cualquier mortal al infierno de las pasiones; mi nariz ha sentido el olor de tu pudor que emanaba de tus pétalos a punto de desflorar; y mis dedos... ellos han recorrido las más bellas dunas a lo largo y ancho del desierto de tu piel, moldeando tus arenas a través de las costuras de mis besos, dibujando los mapas para no perder nunca el Norte de tu alma.
La luz estacional comienza su declive, la oscuridad se cierne sobre nuestras cabezas, tu mirada, tu sonrisa y el suave sonido de tu voz ha pasado a ser un clásico recuerdo estival, el veneno que rodeaba mi mundo ha llegado a penetrar tu piel a través de las costuras de tus cabellos, aquellos que una vez fueron míos mientras tu suave aroma a azahar llenaba mi alma. Ya no reconozco a la tuya, despreciaste todo aquello que una vez fui para ti: un sonido que provocó una vez más la sonrisa que siempre fue tuya, sentir tu voz a través de las ondas para desgarrar mi alma con acusaciones puestas en voz del Ser Pente, con la única intención de sembrar la discordia y desventura en este mundo de letras cargados de sueños y fantasías.
Otoño. A quien buscas jamás caerá bajo el yugo de tu farsa, pues el veneno que corre por las venas de mis allegados aunque mortal, jamás podrá contaminar un alma ya inmune a la cicuta, un cuerpo que aún sangra pasadas heridas causadas por tantos escorpiones que han perseguido su existencia. Los dedos viperinos de aquél que con malas artes intenta suplantar una identidad ajena y falsamente esparcida por los túneles de su eterna y depravada obsesión, la exaltación de su ego y vanidad, marcan jirones en el pergamino de mi espalda, pues es la única región en la que se atreve a mostrarse ante aquel que simplemente, sueña y vive en un mundo que sólo es real bajo el acero de su pluma.
Invierno. y jamás me fui. Tan sólo espero, en silencio, avizor desde las alturas como el halcón que acecha a su enemigo más mortal, el momento de sorprender a la víbora en la misma puerta de su madriguera, mirarle a los ojos y que con el mismo valor que muestra bajo la sombra de su eterna cobardía tenga la oportunidad de mostrar, al menos por un único instante de su miserable vida, la misma valentía de la que alardea sin entender, que el único escudo tras el que se esconde está sometido al error de nuestra distancia.
Una vez más, el Génesis deja huella a este lado de los Textos, pero esta vez Adán no acompañará a Eva: Te seguiré allá donde vaya tu alma, y te protegeré allende los límites de este mundo, siempre en los Silencios de mi dolor. Sé que volveremos a encontrarnos, en esta vida o en la próxima.
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