Recuerdo aquél día en que la vida pudo conmigo... ese día en que todo se vino abajo, en que mi mundo no era tal y mi realidad distaba de los demás. Recuerdos, anhelos, esperanzas... todo aquello que una vez viví... hoy se desvance sin apenas tener el valor de abrir los ojos y afrontarlo.
Aún recuerdo con lágrimas en mis ojos las suaves curvas con las que alimentabas incluso lo más profundo de mis entrañas... esas que languidecían mi lengua cada vez que me acercaba a ti... esas con las que lograbas que emanara de mi boca el elixir del apetito. Cada vez que sentía el calor que brotaba de cada uno de tus poros, cada vez que mis párpados lacraban mis pupilas para disfrutar del aldente tacto de mis labios saboreando el agridulce sobre tu piel. Aún recuerdo aquellos días en los que me esperabas al llegar a casa tras un duro día de trabajo para disfrutar de tu compañía, de tu tacto, de tu olor... poco a poco tu sabor fue relegándose a la esquina del olvido, víctima de miradas furtivas en una sociedad en la que la imagen ha pasado de ser algo adicional a ser lo único, una vez ya ha pasado por serlo todo.
Ya no necesito más que tu edor para saciarme de ti, más que el cristalino de mis ojos para hartarme de ti, y siempre te tendré ahí, frente a mi cuerpo desnudo angosto de óseos pilares, incapaz de volver a probar ni un solo bocado del delicioso manjar que cada instante me tienta cuando nadie es capaz de ver lo que sólo yo puedo, un cuerpo castigado de hidratos y lípidos, un lienzo húmedo y caído que cubre y da vida a mis articulaciones... un desierto de vello oscuro, un dentado castigado por mi error, unos cabellos en busca de otro lugar donde morir ahogados en la pena no tener alimento...
Necios, víctimas de esta frustrante sociedad ciega que sólo ve en mi un saco de huesos frágil y decaído, incapaces de ver más allá de lo que a sus ojos se creen lo que no es, un ser seguro de sí mismo, capaz, fuerte, y con el cuerpo que siempre ha deseado tener. ¿Cuántos sacrificios son necesarios para llegar al extremo al que yo he llegado? ¿Nadie ve lo que he pasado para llegar a este estado que tanto me costado conseguir? ¿Nadie en su sano juicio puede alegrarse por haber alcanzado mi propio estado de plenitud? ¿¿¡¡Nadie!!?? Críticas, insultos, infamias, palabras más hirientes que una gota de acero fundido derramada por la espalda... ¿y ahora que lo he conseguido? ¿Qué delito cometí contra vosotros siendo como soy? Siendo como vosotros, lenguas viperinas siempre habéis deseado que fuera... Bajo el yugo de vuestra conciencia abandono este cuerpo mío víctima de una sociedad febril y aburrida de sus propias vidas...
Hoy mi cuerpo está débil, tumbado en mi sofá, sin fuerzas de llevarme ni tan sólo un único sorbo de agua que me refresque el gaznate, mis movimientos son lentos... tengo sueño... necesito descansar...
Abro los ojos y los veo junto a mi, rodeándome, hablando entre ellos, con lágrimas en sus ojos de verme tan débil, lo que creí sonrisas de alegría son llantos de tristeza por verme de esta forma. Lágrimas que desgarran mi pecho mientras caen lentamente por sus rostros para morir en la comisura de sus labios. Tanto dolor carcome aún con más insistencia mi alma que muere poco a poco ante tal baño de penurias. Debo mostrarles que aún queda mucho de mi, que aún puedo seguir en pie, sacaré toda la fuerza de mi interior para elevar mi cuerpo, mi mente y mi alma al estado en que deben estar en equilibrio. El sufrimiento ya es un hecho.
¿Cómo he llegado hasta este extremo? ¿Cómo he permitido que esto llegue a suceder? ¿Qué me han hecho los que más me aman que les he pagado con esta moneda?
¿Por qué no partí al destierro del infierno de mis hagallas para sufrir en silencio el dolor de mi propia muerte? Yo ya he pagado la pena de mi desdichada vanidad, pero... ¿y ellos? ¿Qué precio han tenido que pagar por mi?
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